Ediciones Azimut

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ENTREVISTA A MIGUEL FERNÁNDEZ M.: AUTOR DE DISQUISICIONES DE UN PELMA (PRIMERA PARTE)

Miguel Fernández M. es uno de nuestros autores Azimut, y hoy queremos compartir con vosotros una entrevista de uno de sus eventos más recientes para presentar su libro Disquisiciones de un pelma. Entrevistado por: Francisco Javier Rodríguez Barranco, director de Ediciones Azimut. Ilustraciones de Miguel Fernández M.


¿Vale más una imagen que mil palabras o maridan bien la imagen y la palabra?

Evidentemente, hay un maridaje indiscutible entre la palabra y la imagen, y aún más si hablamos en términos de mi profesión, que es la de ilustrador. En literatura, son las palabras las que forman una imagen en la mente del lector. Yo no sé si una imagen vale más que mil palabras, pero en ocasiones diría que una simple palabra puede valer más que mil imágenes.


Una cosa es cómo lo vea yo, que me encuentro totalmente inmerso en esa rueda de la que estás hablando, y otra es cómo lo ve el personaje, Serafín Tostón. Serafín es alguien que, como diría un buen amigo mío, tiene más miedo que vergüenza. Más miedo a la soledad que vergüenza de acaparar inmisericordemente el tiempo de sus interlocutores casuales y forzosos. A él todo este tipo de «avances» en el terreno de la comunicación le parecen un horror. En mi opinión, otra vez, las nuevas formas de comunicación social pueden parecernos frías, pero con la aparición del correo electrónico la gente ha vuelto a escribirse, algo que lamentablemente se estaba perdiendo. Nadie escribía ya cartas. Evidentemente, los correos profesionales son más bien concisos, pero yo tengo amigos con los que me escribo extensamente también. Los emoticonos le dan un sentido expresivo a la frase. Antes nos quejábamos de que el teléfono era muy frío, cuando el teléfono era el medio más moderno que teníamos para comunicarnos. El que lo tenía, porque yo no lo tuve en casa hasta los 17 o 18 años. La verdad es que el mundo avanza, y con él las diferentes formas de comunicación. Surgen nuevas redes sociales y aplicaciones de mensajería constantemente y tenemos que ir adaptándonos a los nuevos tiempos por miedo a descolgarnos del mundo y parecer unos reaccionarios. Serafín tiene, como todo el mundo, un móvil, pero con unos números enormes y sólo para emergencias. Lo suyo es la comunicación directa y personal. Cada día coge su bastón y se lanza a la calle en busca de mudos interlocutores a los que dar la vara durante el mayor tiempo posible con sus disquisiciones. Lo que le pasa a este señor es lo que nos pasa a todos cuando nos vamos haciendo mayores: el mundo que conocíamos desaparece y se diluye. La gente se va, los paisajes cambian… Pero hay una serie de cosas que mantienen una estructura interna atemporal, como, por ejemplo, las Navidades, que han ido cambiando sensiblemente, pero todavía mantienen un espíritu que ha perdurado a lo largo de muchas generaciones. Serafín reniega de los cambios a los que la evolución natural (o no tanto) de nuestro mundo nos somete, y preferiría que todo siguiese igual in eternum.

Este libro tiene varios homenajes ocultos que sin duda muchos lectores van a descubrir. Yo voy a desvelar el primero: Tras tras publicar el primer libro, Aquellos Maravillosos Kioscos, me ocupé personalmente de la promoción en redes sociales. Teníamos una página donde cada día se subían una serie de publicaciones para crear un poco de comunidad alrededor del libro. Cuando terminamos, creé otra página llamada Retromatic (cuyo visionado recomiendo, aunque sólo sea por las imágenes, que valen realmente la pena, hay verdaderas joyas) donde cada mañana daba los buenos días con un personaje de los tebeos de nuestra infancia. Un día recordé un personaje del que para mí fue el mejor dibujante de toda la mal llamada Escuela Bruguera, Raf. Se trataba de Don Pelmazo. No era realmente como Serafín Tostón, el protagonista de Disquisiciones de un Pelma. Seguía otra dinámica, que consistía en entrometerse en asuntos ajenos consiguiendo malograrlo todo y ocasionar serios percances a la gente. Era un tipo realmente pesado, eso sí. Para hacer la publicación, se me ocurrió improvisar una parrafada inacabable sobre el fin de semana, ya que era viernes (esa parrafada, de hecho, forma parte del primer capítulo). Pensé entonces que estos personajes que todos hemos conocido en algún momento de nuestra vida, lamentablemente, tienen cierto encanto y son realmente útiles para volcar ciertos contenidos y obsesiones personales. Es así como se me ocurrió crear a Serafín y colocarlo en diferentes entornos para expeler sus disquisiciones, pensamientos y diatribas sobre todas las cosas. Cómo eran antes éstas, cómo son ahora y si realmente algunas que tenemos muy asumidas tienen razón de ser lógica.

Bueno, así como en el anterior libro se trataba de despertar la memoria a los lectores y hacerlos sumergirse un poquito en la inevitable nostalgia del recuerdo infantil, en este libro lo único que he pretendido es hacer humor, puro y duro. Soy muy admirador de la obra de Kennedy Toole, por ejemplo, o de la de Tom Sharpe. El humor absurdo lleno de situaciones que no van a ninguna parte, al final. Eso es lo que he pretendido con el libro, escribir algo con el que el lector pueda pasárselo bien. Lo que no sospechaba es que al final acabara cayendo en la cosa de “«cómo era todo antes y cómo es ahora»”, pero ha sido el personaje el que me ha llevado a ello. Cuadra mucho con él., s Sabéis que cuando hablamos con gente ya mayor (y nosotros vamos ya camino de ello), a ellos cómo era todo antes les parece fenómeno cómo era todo antes . Aunque la verdad es que a la pregunta de: «“¿Eran las cosas mejor cuando éramos unos niños?»”, la respuesta es bien sencilla: cuando éramos unos niños, las cosas no eran mejores que ahora, simplemente éramos unos niños, con una visión inocente y nueva de todo. Ahora se vive mucho mejor en infinidad de aspectos, pero lo que tenemos los seres humanos es que, al llegar a cierta edad, echamos de menos los lugares donde crecimos, y cómo era todo entonces. Es lo que hablábamos antes de cuando el mundo que siempre has conocido se diluye o cambia. Serafín Tostón ejerce la nostalgia de una forma casi tiránica, ya que no se plantea si aquello era mejor que esto, sino que lo afirma categóricamente. Yo no pienso así, evidentemente, ni tampoco tengo su opinión tan negativa acerca de la década de los setenta. No solamente porque fueron el escenario de mi niñez, sino porque supusieron una ruptura con los años cincuenta y sesenta a todos los niveles, empezando por la libertad estética, que rompía con la uniformidad de aquellas épocas: nuevas estéticas, estallido de color, amor libre… A Serafín todo esto le parece sumamente inadecuado, claro. Pero claro, hay que entenderle: tiene una edad. Aunque haya hippies más viejos aún, claro, pero sus orígenes son muy distintos.

Yo aún creo en las Navidades en familia. Si le preguntas a Serafín, que al fin y al cabo es el protagonista de la historia, te dirá que las Navidades de antes eran mucho mejores que las de ahora. Esta es una de esas cosas que cambian y no cambian, al tiempo. Es decir, cambian externamente, pero mantienen su estructura más o menos inalterada: es una época de celebración que casi todo el mundo intenta pasar en familia, quizás sin demasiadas ganas a veces, pero es como una tradición ineludible. En la época de Serafín, tenían un acento marcadamente religioso, la gente las vivía fervorosamente en ese sentido. Hoy en día, son unas vacaciones que se pueden aprovechar para viajar, por ejemplo. Él echa de menos aquellas Navidades tradicionales donde los adornos eran más básicos, aunque ensalza admirativamente el espumillón como uno de los inventos más grandes de la humanidad, por lo intrincado de su factura, con tantos filamentos brillantes bien sujetos, que no se cae ninguno. Habla mucho de cómo estas fiestas han cambiado externamente: los adornos modernos ya no son aquellas velas con hojas de acebo y bayas rojas. Los de hoy en día, sobre todo los luminosos, los compara por su apariencia y diseño a lo que sería un ovni de esos, no los entiende. Las nuevas tendencias de moda en cuanto a los ornamentos tampoco le parecen bien. No entiende que cada año la gente salga a las calles a buscar los engalanamientos de moda esta temporada, ya sean rojos, dorados, o blancos… como si fueran las primeras Navidades de su vida, cuando antes teníamos una caja, donde ponía «“adorno de Navidad»” y allí encontrábamos el pesebre, las bolas, el espumillón… cosas que nos duraban DÉCADAS. Estos son los cambios que él no tolera.

(Continúa en la segunda parte)



«Miguel nació en Badalona en 1963. Lleva desde los 17 años dedicándose al cómic y a la ilustración de una forma profesional, alternando sus labores de dibujante y guionista especializado en Disney con colaboraciones para franquicias como Mattel, Fox, Playmobil o Lego.»


Libros del Miguel Fernández M.


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