Ediciones Azimut

Un sello de autor

Las Estrellas no tienen Novio

PRÓLOGO DE JAIME ROIG DE DIEGO

Querido lector:

Puedo imaginarte de pie, en una librería o Feria del libro, con un ejemplar de esta novela en las manos, intentando averiguar «de qué va», con la duda de si vale la pena arriesgarse con este bonito título o mejor hacer una apuesta conservadora y volver a comprar el último éxito de Martínez Reverso.

¡Déjame, que te ayude! Tengo una ventaja sobre ti porque, como prologuista y lector beta, yo ya he leído Las estrellas no tienen novio y (si me prometes no traicionarme) te diré que estoy de tu parte.

 Al entrar en el relato de Francisco Javier Rodríguez Barranco, encontrarás un ejercicio de creación rigurosa que nace de un sustrato rico y firme donde crecen, sanos y exultantes, frutos de profunda raíz española, como el surrealismo, el absurdo y el humor negro, cultivados por alguien que sabe diseñar una escena literaria, poblarla con personajes interesantes, crear una trama para que estos se muevan y actúen de tal modo que atrapen al lector.

¿Y el género? Podrías suponer con ese título tan poético (una cita de Lorca) que se trata de una novela romántica. Déjame que te amplíe la negación.

 Si alguien definió a la Gran Comedia como «teatro de sofá», esta obra narrativa podría ser una «novela de asiento», una road movie contemplativa, en la que el protagonista permanece encadenado a una casual fatalidad, mientras el mundo da vueltas, la vida continúa, el tiempo transcurre y la gente sube y baja, viajando con él. 

¿Entonces se trata de una novela de viajes?, me preguntarás.

—No podía ser de otro modo, cuando el escenario o, mejor, uno de los personajes principales es un autocar de línea.

Hablemos, pues, del personaje principal, Helio. El protagonista de este itinerario con vistas al exterior y al interior, es un antihéroe; un tipo imbuido de «senequismo español», cosa que, según lo define Menéndez Pelayo: es la «doctrina moral estoica tal como la modificó y formuló Séneca».  

Se trata de un hombre lúcido que en vez de rebelarse ante un hecho fortuito que hubiera generado la ira en cualquier otro, acepta su sino como una señal, una llamada a permanecer en su localidad vital momentánea; una parada en la invisible hoja de ruta, dejándose llevar hasta el final con todas sus consecuencias.

Estoy seguro de que al principio, esa aceptación, ese conformismo ante lo que padece Helio, no será comprendido por algunos lectores (que dibujarán rápidamente en su mente una navaja suiza y un impulso de rebelión), pero eso sucede porque nos hemos convertido en una sociedad infantil que no acepta el contratiempo, la espera, ni el fracaso, —todas, fases del aprendizaje—.

Hemos olvidado a los dioses de la mitología, a sus héroes y al hombre que fuimos.

En los sistemas de creencias universales, las divinidades imponían castigos eternos a los semidioses o a los mortales. Se trataba de lecciones morales para que no se repitieran pequeños comportamientos de codicia, arrogancia o desobediencia. Y así, Prometeo encadenado y torturado por un águila; Sísifo, rey de Efira, asimismo encadenado y condenado a cargar con una roca; Tántalo, atado para ser incapaz de alcanzar bebida y comida, y tantos otros… fueron cada uno un código visual y aún quedan ecos de estas leyendas, en el lenguaje clínico, jurídico o en el común.

La literatura nos ha proporcionado gran cantidad de personajes privados de movimiento: el príncipe Segismundo«Yo sueño que estoy aquí, destas prisiones cargado»;el capitán Acab cercado por el limite del mar, de su pierna perdida y de la ominosa presencia del gran cachalote blanco. Y Macbeth, Maxim de Winter o Alonso Quijano-Don Quijote… todos ellos con algún tipo de atadura psicológica…

Helio Almeida es un héroe contemporáneo. Posee un talante de perfil bajo, carece de Ethos, Pathos y Logos y está instalado en un curioso oxímoron: el vehículo circula, los pasajeros dan paso a otros, cambian los chóferes y el personal. Solo él —viajero inmóvil— permanece secuestrado por el autobús y el absurdo administrativo. Carece de obsesión, ambición, tormento o quimera aparentes (como los personajes literarios citados) y, aunque se autodenomina espectador, desarrolla una vida social, crea afectos, mantiene una relación amorosa, genera opiniones y rumores e incluso llega a ser una estrella de la televisión.

Francisco Javier Rodríguez Barranco se distingue, entre otras cosas, por ser un autor especialmente hábil en transcribir la oralidad en escritura. Aquí hay un delicado juego de acentos, expresiones populares, frases pensadas, algunas medio dichas y otras dejadas caer. En todo ese juego de intenciones, voces y silencios sonoros, que constituye la lengua de un país; en la música de sus rincones y los metamensajes emboscados como guerrilleros de la ambigüedad, está ese mosaico polifónico del que Rodriguez Barranco es un maestro.

El modo en que maneja la trama, las subhistorias, los personajes que van entrando en la acción, y sobre todo, el lenguaje de cada uno de ellos, me hace pensar en John Ford y esta novela en una versión ibérica de La diligencia; una, con aroma a Valle-Inclán que le hubiera encantado rodar a Berlanga. Y seguro que le gustará tanto a Guillermo del Toro que querría hacerla en México.

¡Y eso no!, porque yo creo que Las estrellas no tienen novio es un retrato cruel de lo que queda de las idiosincrasias celtíberas en la piel de toro: un destilado que explica lo incivil y cruel de nuestras seculares diferencias y forma de entender la convivencia.

Helioel sagaz y sedente protagonista, en su continuo revivir trayectos, es un renacidoHabla con propiedad de la teoría de la recapitulación (desde el desarrollo de los embriones a la evolución de las especies) y teoriza sobre el confinamiento y la ficción de normalidad.

…….

«Hay cosas peores que los apaches», dice Dallas (Claire Trevor), una prostituta de gran corazón, al referirse a las señoras de la «Liga de la Decencia» que la obligan a abandonar su pueblo en los primeros minutos del filme La Diligencia.

Yo creo, querido lector, que «hay cosas mejores que las ligas y las ataduras» y te invito a subir a esta novela singular.

Dado que el trayecto no llega a Turquía ni a territorio apache, dudo que te crezca la cabellera pero tampoco la perderás. Lo que sí puedo asegurar es un gozoso viaje por el territorio Literatura con paradas en el entretenimiento, la inteligencia y el humor.  

Jaime Roig de Diego
Escritor. Artista plástico.
Autor de Cristóbal Cool-On.Viajero esp@cial


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