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Validez o no en nuestros días de la teoría clásica de los géneros literarios

Escrito por: Regla Fernández Garrido

El origen y la categorización de los géneros literarios clásicos remontan a los griegos. Fueron estos quienes determinaron la forma y el contenido de los principales géneros literarios que siguen cultivándose en nuestros días, y quienes les pusieron nombre, con dos excepciones: la sátira y la novela, el primero inventado por los romanos y el segundo creado por los griegos pero sin reconocimiento ni nombre por parte de estos, como veremos después.

Las fronteras entre los géneros en las épocas arcaica (ca. 800.-480 a.C.) y clásica (480-323 a.C.) de la literatura griega estaban claras y no podían rebasarse: quien quisiera escribir una obra que narrara un mito heroico tenía que hacerlo obligatoriamente en verso, y en hexámetros dactílicos, pues así estaba determinado desde que el legendario Homero compusiera la Ilíada y la Odisea. En la época helenística (323-31 a.C.) comenzaron a difuminarse estas fronteras y se atisbó una renovación literaria y una “mezcla de géneros” que alumbró, por ejemplo, el epilio, cultivado primero por Calímaco y después por Catulo, poema épico de extensión mucho más breve que los tradicionales poemas épicos, pero que tenía que cumplir con el requisito formal de estar compuesto en hexámetros.

Algunos de los géneros literarios inventados y cultivados en la Antigüedad no están en boga hoy día, por ejemplo la épica. Otros, no se consideran ya como géneros literarios, como la historiografía o los tratados científicos. Pero sí que se siguen cultivando exitosamente muchos géneros literarios que hunden sus raíces en la Antigüedad y que han ido evolucionando a lo largo de más de 2.500 años. Es el caso del teatro, por ejemplo. En Grecia el género dramático estaba escrito en verso, se creaba para ser representado en los teatros y se dividía en dos subgéneros: la tragedia y la comedia, diferenciados claramente tanto en su forma como en su contenido. Lo importante de la poesía dramática en época clásica era la palabra, el poder de la misma y su capacidad de impresionar al auditorio y conmoverlo, a lo que contribuía también la música, que no conservamos. La puesta en escena quedaba en un segundo plano, y eran muy escasos los recursos técnicos que se utilizaban para representar las obras. Hoy en día, en el teatro la vertiente visual es importante, e incluso el propio cuerpo humano se convierte a veces en el centro, pero sin duda la palabra sigue siendo fundamental para transmitir y emocionar.

Quizá el género literario que menos haya cambiado de la Antigüedad a nuestros días es la lírica, la poesía. El género, inventado por los griegos allá en el s. VII a.C., debe su nombre a uno de los instrumentos con los que se acompañaba, la lira. En un principio, los temas sobre los que podía versar eran variados: guerra, política, banquete, amor…, pero siempre centrados en el aquí y ahora del yo poético, y dirigiéndose siempre a un destinatario. El amor fue desde el principio uno de los temas de la lírica, y con Safo alcanzó una de las cimas de su expresión literaria, que después sería continuada por los poetas latinos y, sin solución de continuidad, llega hasta nuestros días siendo uno de los temas preferidos de la poesía hoy día.

Finalizamos esta entrada con el género novelesco. La novela fue el último género literario que inventaron los griegos y remonta al s. I a.C., pero no lo consideraron con la misma dignidad que la épica, la tragedia o la comedia y ni siquiera le pusieron nombre. ¿A qué se debió este menosprecio? Al contenido y a la primera impresión que por el mismo causaron estas obras. La novela nació como el género con menos restricciones formales: se escribía en prosa, por lo que no estaba sujeto a los condicionantes del verso; era un relato sin límite de extensión ni de temática, por lo que sus posibilidades a priori eran casi infinitas. Pero, de todas las posibles fórmulas de inspiración, parece que solo dos se cultivaron, y alcanzaron un notable éxito de público a juzgar por su difusión (por lo que nos dicen los papiros): la novela de amor y aventuras y la novela cómico-paródica. De la primera conservamos cinco obras completas, escritas en griego entre los s. I d.C. y IV d. C., algunas de las cuales fueron muy influyentes en la literatura posterior y contribuyeron a la configuración de la novela moderna. De la segunda nos han llegado dos muestras en latín y un importante número de papiros en griego.

Sin embargo, la élite cultural despreció este género denominándolo “historia de amor” o con etiquetas similares, y este menosprecio ha continuado casi hasta finales del s. XIX, momento a partir del cual se ha procedido a una revisión del mismo y a una puesta en valor: por encima de su argumento que puede parecer naif, las novelas presentan estructuras complejas y constituyen un diálogo intertextual con toda la literatura anterior, además de poseer una fuerte carga retórica. Ello demuestra que sus autores eran hombres muy cultos y puede afirmarse que la novela tenía diferentes niveles de lectura, y, por consiguiente, iban destinadas a diferente tipo de público.

Podría parecer paradójico, por consiguiente, que el último género literario creado en la Antigüedad, el que menos consideración obtuvo, el que más críticas recibió, sin embargo, esté en el origen de la mayoría de los libros que se leen hoy día: las novelas. Y que este género, tan estereotipado en la Antigüedad, sea hoy el que más posibilidades narrativas tiene, y el que en más subgéneros se pueda dividir: novela de amor, histórica, de ciencia ficción, de aventuras, fantástica, policiaca, negra, distópica…, y probablemente aún queden fórmulas por explorar.

A modo de conclusión, puede decirse que, en términos generales, la teoría clásica de los géneros literarios puede seguir considerándose como una referencia válida, pero no un corsé que oprima la libertad creadora. Puede ser muy útil para facilitar nuestro acercamiento y comprensión del texto literario, pero hemos de evitar imponer limitaciones o reglas que nos alejen del disfrute que debe traer consigo la experiencia única de la lectura.


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