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El futuro tiene raíces clásicas
Escrito por: Juan Francisco Reyes Montero
Nací en una familia que no era lectora, pero me aficioné a leer con los cómics de Mortadelo y Filemón que se vendían junto al periódico de los domingos. En 4º de la ESO me topé con Cultura Clásica y con una magnífica profesora a la que el paso de los años no había arrebatado la pasión por enseñar. Esta asignatura, de la misma forma que los cómics de Mortadelo y Filemón me descubrieron el amor a la lectura, fue una vuelta de tuerca en mi vida, ya que me gustó tanto que decidí elegir el Bachillerato de Humanidades (escogiendo Latín y Griego como asignaturas optativas) y posteriormente tomé la decisión de estudiar Filología Clásica en la universidad.
Desde entonces, la cultura clásica me ha acompañado no solo en mi vida profesional, sino también en mi vida personal: leer la Iliada de Homero y no saber si estar de parte de Aquiles o de Héctor; leer la Odisea y acompañar a Ulises (u Odiseo) en su larga vuelta a casa, (re)descubriendo aventuras que no podría vivir si no fuera a través de la literatura; leer las obras del teatro griego, y sufrir con ellas por los dilemas a los que se enfrentan los personajes, por ejemplo, el que se desarrolla en la Antígona de Sófocles (mi obra favorita), donde se debate entre lo que es justo a ojos de los hombres y lo que es justo según los dioses; leer la filosofía y descubrir que seguimos con buena parte de las preocupaciones que albergaban los antiguos, como aquella de Platón en el Fedro, donde, a través del personaje de Sócrates, se muestra el temor hacia lo nuevo, en concreto, el invento de la escritura frente a la memoria (¿no constituye acaso un temor en los tiempos actuales todo el potencial que puede alcanzar la inteligencia artificial?); leer o, mejor aún, ver representadas las obras de Plauto y Terencio, riendo a carcajadas (un poco menos con las de Terencio, por cierto) porque a pesar de los años los recursos cómicos no han perdido ni un ápice de frescura (es más, siguen siendo utilizados por la comedia actual); leer las obras de Salustio, escritas en un período de enorme crisis y de grandes cambios en la república romana, y asistir a un sentimiento pesimista que es muy similar al que experimentamos nosotros actualmente por los acontecimientos que nos rodean; leer la Eneida y ver que Eneas es el héroe resiliente por excelencia (os recomiendo que leáis el libro El arte de resistir: Lo que la Eneida nos enseña sobre cómo superar una crisis de Andrea Marcolongo); leer a Ovidio y comprender qué significan la transgresión y la vanguardia literarias; leer a Juvenal y pasear por los vicios de la sociedad romana; leer a Quintiliano y aprender cómo ser un buen docente; leer a Séneca y reflexionar sobre cuestiones fundamentales de la vida; leer la Peregrinación de Egeria y comprobar cómo está cambiando la lengua latina hasta llegar a las lenguas romances; leer las Confesiones de San Agustín y ver las dudas e incertidumbres (más allá del aspecto religioso) que se ciernen sobre las personas.
Creo que la sociedad del futuro, una sociedad que si nada lo impide estará cada vez más deshumanizada por la cada vez mayor automatización en el pensamiento y tecnologización de nuestras vidas, necesita estar más formada que nunca en la cultura clásica, una cultura que por un lado nos enseña la belleza de vivir y por otro lado nos alerta de los peligros a los que se ha enfrentado (y enfrenta) el ser humano. Es, como ha ilustrado muy bien el Profesor Nuccio Ordine, “la utilidad de lo inútil”.
Tengo la inmensa suerte de trabajar en lo que me gusta, esto es, en la investigación y la docencia (siempre se descubre algo nuevo, nunca se termina de aprender). En mi breve (pero intenso) recorrido profesional he podido comprobar de primera mano que, en contra de lo que piensan algunos, queda mucho por conocer de la cultura clásica, que no se detiene en la Antigüedad ya que llega hasta nuestros días, pero también (y esto es quizás mi mayor satisfacción) que los estudiantes de Filología Clásica se matriculan por vocación y que dicha vocación se va haciendo más madura y profunda con la sucesión de los cursos.
Pienso en ellos mientras escribo estas líneas porque, en primer lugar, van a tener la suerte como yo de dedicarse a lo que les gusta y en segundo lugar porque van a tener un papel muy importante en la sociedad, ya que asumirán la tarea de transmitir la cultura clásica a las generaciones futuras para que puedan seguir deleitándose con la civilización grecolatina y consigan afrontar los retos que se vislumbran en el horizonte.